Bueno, bueno, es necesario que mantengamos una conversación, solo tú y yo; se que ayer tu padre hablo contigo, creyó que ya era hora de develarte la verdad, sé que al escucharlo, te sentiste decepcionado, defraudado, te invadió la sensación de que no hacías pie, ya que parte de tu mundo de ilusiones, se iba tras esas duras ”verdades” y lloraste.
Cada noche, te ibas a acostar inquieto, con la ansiedad que produce el misterio, dormías agitado, despertándote de tanto en tanto y al ver que el sol aún no había asomado, seguías durmiendo, suspirando, tratando de acortar ese breve tiempo que te separaba de la sorpresa; ese cosquilleo, la alegría y alboroto de la mañana cuando veías tus tan ansiados deseos cumplidos y si parte de tus pedidos, no eran concedidos en su totalidad, encontrabas la excusa que justificase esa acción, pero jamás te sentiste decepcionado.
¿Por qué ibas a experimentar este sentimiento ahora?
Nada invalida lo que has sentido.
¿Por qué eso, ha de cambiar?
Cuando crees en algo, al creer ya le das vida, por lo tanto esa es tu realidad,
Eres dueño de hacer una proyección ideal sobre la realidad, o captar idealizando, lo real; es válido si te conduce a sentirte feliz, después de todo ¿qué es la felicidad?, al decir de los griegos, tener un buen duende.
Así que mi querido Julián Andrés, tu padre hablo con la verdad, yo con la sabiduría del anciano.
Me despido de ti, en nombre de Melchor, Gaspar y el mío, Baltazar, hasta el próximo seis de enero.