Me obsequiaron un vestido con vibrantes colores, carga el amarillo de la sabiduría, el azul del cielo en lo mental, el rojo de la pasión y el enojo, el negro de los duelos y lo oculto, el blanco del alma.
Con miradas de reconciliación lo uso a diario, no tengo alternativa.
Aprendí a quererlo, a cuidarlo, a sentirlo con obstinada inteligencia, verdaderamente Mio.
Cada mañana lo observo, me detengo en el rumrum de algunos de los colores, que me recuerdan si amo, si sufro, si reflexiono o me enojo.
Con el tiempo sus tonalidades perdieron algo de vitalidad, pero se apasionan aún y así será hasta que ya no le queden hilachas.
Paso a paso, lentamente, me miré en el espejo y sonreí.
Aún es bello, y luce bien es cierto que en algunos lados se ha descocido, de tanto ajustarlo y ensancharlo de acuerdo al día, a la ocasión.
No se si el modelo me dio personalidad o yo le di personalidad al modelo, entre el primer paso; el amor y sexualidad gozosa, entre la primera palabra; conocimiento, disciplina estéril y sabores rancios.
Fantasmas de mi imaginación, fusionaron el vestido con mi espíritu, me aferré a Él, con miedo e inseguridad.
Hasta que comprendí que misterios se articulan.
Algún día colgaré el vestido y ahí quedará hasta que se desintegre, nadie más lo usará, nadie más lo gozará.
Y yo seré como la copa que aún rota y sin forma perdura en la idea, más allá de la materia.
Sin vestido y sin forma seré lo que plasmé.
Hasta tanto…y mientras tanto bienvenida vida, que resuena en los colores de este vestido que me regalaron dándome forma, en cuerpo, cuando nací.
Vivi